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Que mala madre soy
con mis hijos,
bellos y hermosos
que nacen llenos de inspiración.

Les siento latir el corazón
respirar la vida
y la perfección,
pero no pongo atención.

Soy como un monstruo,
no escucho su lianto
y otra faena sigo atendiendo.
Cuando he terminado...

Corro al papel
para abrazarlos,
pero... han muerto
en mi memoria.

Mis hijos del alma
cuando logran vivir,
es por una fuerza
brutal de la existencia.

Luego se esconden en pañales
en el rincón de una gaveta
con temor que el tiempo
y el olvido los fulmine.
Porque en la vida real,
tienen primacia para la mujer,
los hijos de la carne.

E.E.R. LEFEVRE DE WIRZ